Karina aprende la importancia de manejar sus emociones y que, aunque no podamos verlas, las cosas y las personas que nos importan y que amamos siempre estan ahi.
Erase una vez, en los jardines de un reino, vivía una ardilla llamada Karina. Su hogar era el árbol más hermoso, y su colección de avellanas era su posesión más preciada. Una tarde, al volver a casa, Karina encontró que sus avellanas habían sido movidas. "¿Quién tocó mis avellanas?" exclamó Karina, preocupada. Su madre, con una sonrisa, le dijo que las había ordenado para limpiar. "¡No debiste tocarlas!" dijo Karina, sintiendo que todo estaba mal.
Karina estaba tan molesta que no podía pensar en otra cosa. "¡Mis avellanas no pueden estar en otro lugar!" gritó. Su madre intentó explicarle que solo quería ayudar. "Pero ahora no sé dónde están, dijo Karina, angustiada. Se sentía muy confundida y con mucho miedo a perder sus preciadas avellanas. No podía disfrutar de nada más, pensando solo en sus avellanas y en donde podrían estar.
“Mis pobre avellanas,” susurro Karina, colocándolas delicadamente en su lugar. A medida que Karina se calmaba, comenzó a escuchar el suave murmullo de su madre, que tocaba la puerta de su habitación. "Karina," dijo su madre con voz tranquila, "sé que estás molesta, pero lo que pasó no fue para hacerte daño. Hablémoslo."
Karina, aún temblando, miró las avellanas y recordó cómo siempre había compartido todo con su madre. La rabia dio paso a una profunda tristeza, y se sintió sola, aunque estaba rodeada de su tesoro más preciado. Sabía que sus avellanas no podían protegerla de todo, especialmente de los sentimientos. Finalmente, abrió la puerta, encontrando a su madre con una mirada cálida, sin enojo. "Sé que te importa mucho tu colección, pero también me importa cómo te sientes," dijo la madre.
"Cuando compartimos lo que nos preocupa, lo que nos duele, lo que nos hace felices, estamos más unidos. Tal vez puedas contarme por qué te asustaste tanto hoy." Karina respiró hondo y, por primera vez, compartió sus miedos: "Tengo miedo de perder lo que más quiero... de que todo se destruya." Su madre la abrazó suavemente, sin prisas, dejándola hablar y desahogarse. "Karina," dijo finalmente su madre, “tus avellanas siempre van a estar aquí, no importa que.
"Aunque no puedas verlas, ni tocarlas; ellas estarán ahi esperándote. Y yo también. Lo más importante es que siempre podamos hablar, siempre que podamos compartir lo que sentimos." Desde ese día, Karina entendió que, aunque las cosas materiales podían ser valiosas, lo que realmente tenía valor era la conexión con aquellos que la amaban. Y, aunque su colección de avellanas era especial, nada era más importante que poder compartir sus sentimientos con un adulto en quién confiar.
Erase una vez, en los jardines de un reino, vivía una ardilla llamada Karina. Su hogar era el árbol más hermoso, y su colección de avellanas era su posesión más preciada. Una tarde, al volver a casa, Karina encontró que sus avellanas habían sido movidas. "¿Quién tocó mis avellanas?" exclamó Karina, preocupada. Su madre, con una sonrisa, le dijo que las había ordenado para limpiar. "¡No debiste tocarlas!" dijo Karina, sintiendo que todo estaba mal.
Karina estaba tan molesta que no podía pensar en otra cosa. "¡Mis avellanas no pueden estar en otro lugar!" gritó. Su madre intentó explicarle que solo quería ayudar. "Pero ahora no sé dónde están, dijo Karina, angustiada. Se sentía muy confundida y con mucho miedo a perder sus preciadas avellanas. No podía disfrutar de nada más, pensando solo en sus avellanas y en donde podrían estar.
“Mis pobre avellanas,” susurro Karina, colocándolas delicadamente en su lugar. A medida que Karina se calmaba, comenzó a escuchar el suave murmullo de su madre, que tocaba la puerta de su habitación. "Karina," dijo su madre con voz tranquila, "sé que estás molesta, pero lo que pasó no fue para hacerte daño. Hablémoslo."
Karina, aún temblando, miró las avellanas y recordó cómo siempre había compartido todo con su madre. La rabia dio paso a una profunda tristeza, y se sintió sola, aunque estaba rodeada de su tesoro más preciado. Sabía que sus avellanas no podían protegerla de todo, especialmente de los sentimientos. Finalmente, abrió la puerta, encontrando a su madre con una mirada cálida, sin enojo. "Sé que te importa mucho tu colección, pero también me importa cómo te sientes," dijo la madre.
"Cuando compartimos lo que nos preocupa, lo que nos duele, lo que nos hace felices, estamos más unidos. Tal vez puedas contarme por qué te asustaste tanto hoy." Karina respiró hondo y, por primera vez, compartió sus miedos: "Tengo miedo de perder lo que más quiero... de que todo se destruya." Su madre la abrazó suavemente, sin prisas, dejándola hablar y desahogarse. "Karina," dijo finalmente su madre, “tus avellanas siempre van a estar aquí, no importa que.
"Aunque no puedas verlas, ni tocarlas; ellas estarán ahi esperándote. Y yo también. Lo más importante es que siempre podamos hablar, siempre que podamos compartir lo que sentimos." Desde ese día, Karina entendió que, aunque las cosas materiales podían ser valiosas, lo que realmente tenía valor era la conexión con aquellos que la amaban. Y, aunque su colección de avellanas era especial, nada era más importante que poder compartir sus sentimientos con un adulto en quién confiar.
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