Descubramos juntos el día maravilloso que pasaron junto a su familia, Oliver y Nacho.
Era un sábado perfecto. El sol brillaba, pero no molestaba, y en la casa de los hermanos Oliver y Nacho, se respiraba aventura. —¡Vamos a jugar Rocket League! —gritó Oliver, que con sus 4 años ya era un experto en apretar todos los botones a la vez. —¡Sí! ¡Yo quiero ser el auto azul! —dijo Nacho, mientras encendía la consola. Jugaron como un gran equipo: Nacho manejaba el auto azul y Oliver el rojo, mientras daba órdenes y gritaba los goles. Rieron tanto que hasta los perros del vecino se asustaron con los gritos de emoción.
Después, salieron al patio con el celular la una tablet. Era hora de cazar Pokemones. Nacho ayudaba a Oliver a encontrar a Pikachu detrás de los macetones, y Oliver decía que había visto a Charizard volando cerca del horno de barro. Terminaron su cacería con dos nuevas mascotas para sumar a la colección.
A la tarde, la abuela Marita los vino a visitar y le esperaba una sorpresa: pan dulce y chocotorta bien rica, que habían comprado en Pertutti. Se sentaron en la cocina, y entre risas y bocados dulces, contaron sus aventuras digitales. A la abuela le encantaba escucharlos, aunque todavía pensaba que “Rocket League” era un tipo de cereal.
Más tarde, Oliver se puso a dibujar un robot con papá. Era grande y con muchos colores divertidos. Papá le ayudó a trazar las líneas rectas y Oliver se encargó de pintarlo y darle vida en la compu de mamá, con música de Astrobot. Qué divertido!
Mientras tanto, Nacho estaba con mamá, aprendiendo sobre Inteligencia Artificial. Ella le explicó cómo nos podemos comunicar con la máquinas y usarlas para que nos ayuden con todo lo que nos podamos imaginar. Nacho le preguntó si una IA podría algún día jugar al cricket mejor que él. Mamá sonrió y gritó, nunca!
Cuando cayó la noche, llegó el mejor momento: la cena. Mamá había hecho empanadas. Oliver comió las de choclo, sus favoritas. Nacho y papá se disputaban las de carne, como si fueran premios de un torneo. Todos terminaron con las manos llenas de migas y el corazón lleno de felicidad. —¿Hoy fue un buen día, no? —preguntó papá. —¡Fue el mejor! —gritaron todos al mismo tiempo. Y así, entre juegos, sabores y risas, Oliver y Nacho vivieron otra aventura más. No necesitaban mapas ni aviones para viajar. Su casa, su familia y un poco de imaginación les alcanzaban para conquistar el mundo.
Era un sábado perfecto. El sol brillaba, pero no molestaba, y en la casa de los hermanos Oliver y Nacho, se respiraba aventura. —¡Vamos a jugar Rocket League! —gritó Oliver, que con sus 4 años ya era un experto en apretar todos los botones a la vez. —¡Sí! ¡Yo quiero ser el auto azul! —dijo Nacho, mientras encendía la consola. Jugaron como un gran equipo: Nacho manejaba el auto azul y Oliver el rojo, mientras daba órdenes y gritaba los goles. Rieron tanto que hasta los perros del vecino se asustaron con los gritos de emoción.
Después, salieron al patio con el celular la una tablet. Era hora de cazar Pokemones. Nacho ayudaba a Oliver a encontrar a Pikachu detrás de los macetones, y Oliver decía que había visto a Charizard volando cerca del horno de barro. Terminaron su cacería con dos nuevas mascotas para sumar a la colección.
A la tarde, la abuela Marita los vino a visitar y le esperaba una sorpresa: pan dulce y chocotorta bien rica, que habían comprado en Pertutti. Se sentaron en la cocina, y entre risas y bocados dulces, contaron sus aventuras digitales. A la abuela le encantaba escucharlos, aunque todavía pensaba que “Rocket League” era un tipo de cereal.
Más tarde, Oliver se puso a dibujar un robot con papá. Era grande y con muchos colores divertidos. Papá le ayudó a trazar las líneas rectas y Oliver se encargó de pintarlo y darle vida en la compu de mamá, con música de Astrobot. Qué divertido!
Mientras tanto, Nacho estaba con mamá, aprendiendo sobre Inteligencia Artificial. Ella le explicó cómo nos podemos comunicar con la máquinas y usarlas para que nos ayuden con todo lo que nos podamos imaginar. Nacho le preguntó si una IA podría algún día jugar al cricket mejor que él. Mamá sonrió y gritó, nunca!
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